Desde hace tres semanas estoy de viaje por Australia y me he movido desde Brisbane a Melbourne, visitando, entremedio de ambas ciudades algunos lugares de características muy diversos como Gold Coast, Port Macquarie, Katoomba en Blue Mountains, Sydney, Canberra y Jervis Bay.
Los “Aussies”, como se les llama cariñosamente a los ciudadanos de esta gran isla-continente, son personas respetuosas, amables y consideradas con los demás, relajadas e informales, aunque a la vez muy formales en cosas que pudieren afectar a terceros. También son acogedores y a pesar de sus diferencias culturales y territoriales, los inmigrantes logran integrarse y adaptarse muy bien a la sociedad australiana disfrutando del bienestar social y económico de este país. Claro, ello sin pretender imponer sus cánones culturales, ya que en Australia a la vez se respira “mateship” (compañerismo), que en la acepción cultural australiana encarna igualdad, lealtad y amistad. Efectivamente existe un lazo muy fuerte entre ellos, de orgullo por su país, su nación, su bandera, su multiculturalidad y sus pueblos originarios, sin que a alguien se le ocurra pregonar algo acerca de una plurinacionalidad. Este “mateship”, casi con sentido patriótico, ya se nota de la manera que se ayudan los unos a los otros, como pocas veces he visto en el comportamiento cotidiano en otros tantos países que he visitado en mi vida. No los aburriré con decenas de ejemplos que me tocó vivir u observar.
Pues bien, ya de regreso en Brisbane, hace unas horas atrás leí la columna de Karin Ebensperger del 5 de enero pasado en El Mercurio, titulada “La Civilidad” (la incluyo al final de este artículo), donde visibiliza lo que muchos ya sabemos y que en Chile ha crecido a niveles insostenibles en las últimas décadas: la falta de educación ciudadana y por ende de cultura y comportamiento cívico. Karin también cita y con razón, la labor que realiza Civis Chile, apuntando primordialmente a la intervención escolar en cuanto al mejoramiento de la felicidad en lo colegios, así como al diseño y ejecución de proyectos de alto impacto social (en la web pueden leer detalles). Pero claramente, esta tarea no puede ser enteramente iniciativa bien focalizada de un puñado de fundaciones, mientras el estado deambula entre lo ausente y lo errático.
La cultura cívica chilena, a mi juicio históricamente sobrecalificada, hoy está dando señas de haberse reducido a su mínima expresión y sí, crecientemente nos afecta en el desarrollo y progreso como sociedad. Seguimos polarizados y cargados de odiosidades y comportamientos de decreciente civilidad, en parte promovidas por quienes debieran ser los primeros en realizar lo contrario: la gran mayoría de los políticos partidistas. Por supuesto también por tantos chilenos hiperventilados con miradas pseudovalóricas adquiridas como si fueran los mejores consumistas del capitalismo. Por supuesto que estos comportamientos de civilidad deteriorada van más allá de lo ideológico, donde las pedidas por más derechos están a la orden del día y los deberes se trasgreden simultáneamente de manera corregida y aumentada, Curiosamente el arribismo y la flojera demandante por asistencialismo se alinean. Y así…, con el cinismo como guaripola, vamos “chuteando” la pelota para adelante.
Efectivamente, de manera galopante en Chile brilla por su ausencia la educación cívica en muchos centros educacionales. En demasiados colegios y liceos incluso desaparece, o es tergiversada de manera sistémica y enmascarada detrás de temas pseudovalóricos o verdades a medias. Ni hablar de lo que sucede (o no sucede) en cuanto a educación cívica en las comunidades, desde la esencia del propio núcleo familiar, así como en la gran mayoría de las vecindades, los barrios, las comunas y ciudades enteras. Es aquí, donde en paralelo al trabajo escolar, deben generarse más y mejores acciones transversales eficaces y no solo retóricas, que apunten a generar conciencia ciudadana sobre temas como el cuidado de espacio público, del medio ambiente, el ruido, las basuras y el reciclaje, la convivencia respetuosa y amable entre los vecinos, las plazas y parques como espacios de esparcimiento. Ni hablar del impacto positivo del deporte, la música y el arte.
Si vamos a seguir esperando al estado, estamos perdidos. Por ello, son tan importantes las iniciativas como la de Civis Chile, así como muchas otras instituciones sin fines de lucro (esas que son de verdad) que tangencialmente apuntan en la misma dirección, a pesar que no sea ni siquiera semejante su objetivo declarado. Hoy son esfuerzos aislados que en parte se dispersan en el gran océano de nuestro cuello de botella estructural. Probablemente haga falta ponerlas en red, buscando las sinergias de sus fortalezas y orientándolas a los puntos más eficaces. Le daré otra vuelta al tema una vez que regrese a Chile…