Dieter o “Papi”, “Suegro”, “Opa”…
* 05 Mayo 1927 † 02 Diciembre 2011

Ya es diciembre del 2012 y a un año que te fuiste querido viejo, aquí plasmo algunos recuerdos que brotan en 30 minutos de tipeo casi sin correcciones ni necesidad de repensar frases (obviamente, esta frase que puse adelante, porque la escribí al final…).
Edith Piaf, Ella Fitzgerald y Louis Armstrong, así como Beethoven dentro de los clásicos, eran solo algunos nombres recurrentes del tipo de música que le gustaba escuchar, pero que delataban que tras ello se encontraba un hombre de mucho sentimiento y pasión, aún cuando en lo cotidiano no lo manifestaba con palabras, besos y abrazos, pero sí con hechos.
Ni hablar como enfrentaba su exitoso trabajo tras titularse como Ingeniero Químico de la Universidad Santa María, en sus inicios como vendedor técnico en la Química Hoechst, finalmente jubilando como casi mítico Gerente del Área Industrial con fama internacional, cargo que ejerció los últimos 20 años de su carrera profesional. Altos cargos en Europa o USA, incluso Nueva Zelanda, los desechó siempre prefiriendo quedarse “acá entre los suyos”.




Gran lector y estudioso por naturaleza, casi excesivo para la exigencia que gracias a ello nos ponía como hijos, y luego de manera más lúdica con los nietos y nueras. ¡No podías no tener opinión acerca de filosofía, química y física básica, literatura, música, deportes, política, historia, astronomía, dietas, metafísica, quiromancia, astrología, juegos de cartas donde había que “cranear” como bridge y skat, obviamente ajedrez, geografía…, ufff, agotador!
Como marido no me voy a pronunciar acerca de detalles, eso hay que preguntárselo a Ilse, mi mamá. Pero que siempre la traía a mil por hora, es inobjetable: dietas de todo tipo y para los inimaginables objetivos (Ilse chef), despreocupado del dinero y las inversiones (Ilse asesora financiera), desinteresado en cómo vestir (Ilse modista y sastre), intensos y frecuentes festejos y encuentros del deporte, trabajo y amistades (Ilse banquetera), demandante en que entrenando en la casa le corrigiera su técnica como discóbolo y luego voleibolista (Ilse evaluadora deportiva…, hasta que nos tocó a los hijos). Podría seguir un buen rato con otras facetas, en que mi mamá siempre estuvo en la cresta de ola. ¡Algo habrá tenido de especial, para que ella le aguantara tanta cosa!



Con Christi, mi esposa, se entendieron muy bien desde un comienzo. Poseían una cercanía y cariño mutuo especial. Tanto así, que fue quizás sólo a ella a quien horas antes de morir, le mostró esa parte más lábil de sí mismo, que jamás mostraba y protegía con un murallón de racionalidad y habilidad única para desviar de manera encantadora las conversaciones hacia otros temas.

Pero aquí tampoco puedo omitir mencionar y destacar a quien acompañó toda una vida a mis viejos, que se fue uno poco después que lo hiciera mi viejo: “la Ernita”, de Río Bueno, quien llegó a los 16 años de edad a trabajar en nuestra casa como “Nana” cuando yo tenía 3 años recién cumplidos. Virtuosa cocinera, defensora de “los niños”, aunque hayamos hecho las brutalidades más grandes, pero sobre todo, fue un amortiguador de rabias de mi mamá en todas las locuras culinarias y dietéticas de mi viejo. Erna y Dieter siempre se entendieron muy bien, casi había una misteriosa complicidad entre ambos.
El deporte fue su pasión, multifacético y perfeccionista. Primero sobresalió como gran nadador de mariposa, llegando a ser campeón nacional a los 16 años de edad. Al entrar a la universidad practicó rugby, básquetbol y atletismo. En básquet fue seleccionado chileno, pero finalmente se decidió por el lanzamiento del disco, prueba que practicó por más de 20 años, con medallas de plata sudamericanas e iberoamericanas en varias ocasiones. El oro internacional le fue esquivo, así como el récord de Chile también, que lo logró en una ocasión pero no fue homologado ya que en lugar de tres solo asistieron dos jueces. Casi al final de su carrera como lanzador, logró el bronce en un mundial para mayores de 40 años.
Pero en esa misma época, alrededor de 1970 y con 43 años de edad, había comenzado a jugar voleibol recreativo como “disciplina de compensación” para su lanzamiento del disco. Finalmente fue el voleibol su última y gran pasión deportiva, la cual a mis hermanos y a mí nos grabó a fuego y finalmente, también trascendió con fuerza a mis tres hijos. En ese proceso, junto a Gustavo Niedmann que era un “lolo” aún, en el ’71 le dieron un vuelco a la Rama de Voleibol del Club Manquehue, iniciándose una gloriosa era competitiva que hoy ya perdura más de 40 años.




¿Qué más me dejó? Sin lugar a dudas me regaló el arte de pensar en sistemas complejos, estratégicamente y actuar en consecuencia, lo que vine a descubrir conscientemente y sólo en parte, recién diez años después de salir del colegio. Los variados valores implícitos en quienes son deportistas de verdad, como son entre otros “la garra”, perseverancia, respeto, lealtad, esfuerzo, honestidad, así como el aprendizaje permanente e innovativo para sobreponerse a derrotas, me marcaron a fuego, obvio, para la vida y no sólo en el deporte.
Papi, me alegro tener tan vivo y consciente lo que aprendí contigo, de tus virtudes y defectos, presencias y ausencias, esperando poder seguir evolucionando dentro de esta asimilación del aprendizaje que tuve y aún tengo de lo que eres. Claro, lo haré a mi manera y estilo, ya que si no fuere así, no sería tu legado.
Tu hijo, Ricardo.
P.D.: Algunos años después escribí la historia de la familia deportiva de los Gevert en Chile, de la cual fuiste parte relevante.
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