¿Impostores?
“Solo sé que no sé nada”, es un conocido dicho que se deriva de lo relatado por el filósofo griego Platón sobre Sócrates. La imprecisión de parafrasear este fragmento radica en que el autor no está diciendo que no sabe nada, sino que hace ver que no se puede saber algo con absoluta certeza, incluso en los casos en los que uno cree estar seguro. Es muy sabio, pero la mayoría de nosotros a pesar de ser de otra época, en esas reflexiones aún estamos lejos de Platón o Sócrates. Pero saber que no sabes nada también tiene un efecto secundario desagradable: las dudas sobre ti mismo crecen y poco a poco puedes incluso sentirte como un fraude…
Un conocido mío, divorciado y sin hijos, que se dedica a las asesorías en inversiones y seguros de vida internacionales, al cual le gusta vacacionar en Italia generalmente en el mes de julio, en parte por sus antepasados, pero sobre todo por su comida, su ambiente veraniego y su gente. Y si, su inglés escolar es aceptable y su italiano, al parecer sigue siendo bien básico. Pero parece ser que puede desenvolverse bien en la vida cotidiana. Tras su último viaje, me cuenta su nuevo plan para ofrecer sus servicios de asesoría en Italia y con presencia personal allá, una vez que pase la pandemia. “Nuevos grupos objetivo”, “triunfar” … y así sucesivamente. Quedé algo sorprendido.

Cada comienzo es difícil … ¡Lo digo por mi propia experiencia!
Bueno, para ser honesto y para decirlo de manera amigable, lo encontré “muy ambicioso” de su parte. Sin ninguna experiencia previa, sin un socio local, dominio del idioma sólo para lo cotidiano y con ganas de entrar en un mercado que seguro que no le ha estado esperando… Pero…, quizás igual tenga éxito…
En lo personal, cuando me ha tocado dar conferencias o charlas, siempre estoy algo nervioso, ya que al pararte ahí adelante, se espera de ti que seas casi infalible, tu conocimiento y experiencia de un fuera de serie…., por algo te invitaron a estar ahí… Pero lo experimenté sobre todo las primeras veces, que terminé mucho antes de lo planificado y ojalá, nadie me hiciera preguntas. En eso, soy más bien al revés que este conocido que quiere incursionar en el mercado italiano, suelto de cuerpo y probablemente el número aún le queda grande. ¿O no?
Probablemente también conoces el sentimiento: algunos sufren de ello sólo temporalmente, otros durante gran parte de sus vidas. Es la sensación molesta de que no eres lo suficientemente bueno, de que no perteneces, de que no merecías el trabajo, el ascenso o el asiento en la mesa. Y si algo tiene éxito, entonces la suerte o la generosidad de algunos debe haber estado involucrada, no tu propia habilidad o talento.
En la contrapartida, están los impostores, que algunos psicólogos acuñan como síndrome, describiendo el patrón psicológico cuando las personas cuestionan sus propias habilidades y están plagadas de miedo a ser expuestas como un tramposo que no puede hacer lo que dice poder hacer. Casi nadie está a salvo de él, excepto los verdaderos estafadores y personas de mente débil y apocadas. Esa es la ironía: si no tienes idea, es más fácil, especialmente si ni siquiera te das cuenta.
¿Realmente necesitamos dejar de lado todas las dudas sobre nosotros mismos?
Lo que hace que el síndrome del impostor sea tan desafiante para los afectados es que la sensación molesta de no ser lo suficientemente bueno y ser atrapado como tales, no desaparece incluso si tienes éxito. La mayoría de los consejos sobre cómo lidiar con esta duda giran en torno al autosabotaje que contiene y cómo se puede prevenir. El síndrome del impostor siempre se describe allí como algo malo y la premisa es: ¡Necesitas cambiar algo urgentemente! ¡Tienes que deshacerte de estas dudas sobre ti mismo!
En lo personal, lo veo algo distinto… He llegado al convencimiento, que la dosis hace el veneno. En cantidades moderadas, el síndrome del impostor es más una virtud que un vicio. Me ha sucedido toda mi vida: dudar de uno mismo es bueno…, y no quiero dejar de hacerlo.
Primero, porque la duda te mantiene alerta, curioso, imaginativo, creativo… Eso significa, que tengo que cuestionarme a mí mismo, salir de mi propia zona de confort y aventurarme en áreas nuevas e inexploradas para crecer y desarrollarme, a veces con éxito, otras con fracasos, incluso anticipándome a mi época. ¡Mi esposa es un testigo de ello durante ya casi 42 años!
Y ahí es donde radica el desafío: cuando las cosas son nuevas, no me siento tan cómodo como otros, que quizás prefieren seguir haciendo lo mismo que han hecho durante los últimos 20 años. Por el contrario, si te sientes incómoda/o e insegura/o al ingresar a un nuevo territorio, estás aprendiendo algo nuevo. ¡Y eso es ya una buena señal!
A mí me sigue sucediendo hasta hoy, y ya cumplí 64 años y he ejercido cargos y funciones de alta responsabilidad desde muy joven: sigo sintiendo temores e inseguridades con especial fuerza cuando me aventuro más allá de mis límites. Y hoy, sigo creando cosas nuevas y seguramente moriré con esas botas puestas. Me sucede siempre que abordo cosas nuevas – y puedo escribir un libro acerca de ello – que van más allá de lo que estoy acostumbrado o conozco bien, o también cuando tengo discusiones o negociaciones difíciles para abogar por una alternativa nueva, arriesgada pero prometedora que se desvía del camino tradicional.

En todas estas ocasiones, cuando superamos los límites de lo posible, surge el miedo a no ser lo suficientemente buenos. Lo que debemos tener en cuenta en estos momentos: este temor, esta inseguridad es el acompañamiento natural que demuestra que estamos saliendo de la zona de confort. Así que la próxima vez que sientas que la duda se está apoderando de ti, simplemente abrázala: ¡estás en el camino correcto!
En segundo lugar, opino que la duda y la calidad van de la mano. Si creemos que podríamos estar expuestos a nuestra supuesta falta de competencia, nos impulsa a hacer nuestra tarea y prepararnos a fondo, sea una reunión, una presentación, un proyecto… E incluso si el éxito llega, lo mejor es mantenerse atentos, alerta, porque no hay garantía para el éxito futuro. Cuando crees que sabes todas las respuestas, dejas de escuchar, pierdes la curiosidad. Cuando crees que eres increíble, empiezas a culpar a los demás cuando las cosas no salen según lo planeado. Y dejas de aprender de tus errores. Claro, hay quienes piensan que seguir haciendo lo mismo, infeliz, enfermo, frustrado, pero con cierta “seguridad” es lo mejor. No las culpo ni juzgo su manera de verlo, pero esas personas jamás te van a comprender realmente.
Así es que la próxima vez que sientas en una justa dosis esa sensación de inseguridad y duda asociada con el síndrome del impostor, ¡invítalo a brindar! Agradece que esté ahí porque las dudas son una señal de que estás avanzando. Son el precio necesario a pagar por el crecimiento personal, es parte del camino para sobreponerte a tus cuellos de botella y es además el sendero que te ayuda a reconocer todas esas fortalezas, talentos, destrezas y virtudes que mantuviste escondidas en tu subconsciente por tanto tiempo.
Deja un comentario