Escape al Valle de Colchagua
Tras un algo tortuoso viaje lleno de tráfico y paradas por arreglos en el camino que lleva a Rapel y de ahí a la costa, el viernes pasado finalmente llegamos antes del anochecer a la Hacienda Histórica Marchigüe. Nunca habíamos venido y nos quedaríamos hasta el domingo.
Imponente historia y entorno de enorme tranquilidad y paz, aunque los jardines podrían estar mejor cuidados, así como varios otros detalles optimizables ya que son algo disonantes con el costo del alojamiento. La construcción que es colonialmente atractiva pero tampoco espectacular, en general está bien conservada y cuidadosamente remodelada. Se remonta al siglo XVIII y originalmente perteneció a una congregación de padres jesuitas y claramente no pierde la esencia de la arquitectura original. Durante la gesta de la Independencia, el patriota Manuel Rodríguez acostumbraba a viajar a las tierras de su esposa doña Francisca de Paula Segura en Pumanque y se hospedaba en la Hacienda de Marchigüe.
Lo que sí se debe destacar especialmente, es la excelente y muy cálida atención y servicio del personal del hotel, que es una curiosa mezcla de personas de las localidades cercanas como Trinidad y el propio Marchigüe, así como venezolanos.
En los jardines hayamos un árbol con un fruto curioso, ver fotos, el que nunca habíamos visto y tampoco encontramos a quien nos revelara su nombre y origen. Asimismo, al menos en mi caso, creo que nunca había unos troncos de parras tan gruesas como las de las fotos, las cuales se encontraban en el comedor al aire libre de la Hacienda:
Volviendo al día viernes, después de recorrer a pie una buena parte de las dependencias del hotel y su entorno, disfrutamos de una muy buena cena, bien “regada” de buen vino. Morfeo nos raptó temprano y en esa tranquilidad caímos en sus brazos antes de medianoche, para despertarnos diez horas después para ir a desayunar.
El sábado se inauguraba la minúscula fiesta de la vendimia en Marchigüe, lo que no teníamos contemplado en nuestro plan original, el que constaba visitar algunas viñas y bodegas que no conocíamos, así como recorrer en toda su extensión el Valle de Colchagua , así como El Valle de Apalta. Pues bien, esta fiesta del vino que no es comparable con las más espectaculares de Santa Cruz o Curicó, nos llevó a la plaza de Marchigüe, un pequeño pero acogedor pueblito del secano costero de esta región. Estaban terminando de instalarse varios expositores, el escenario dispuesto, las pruebas de audio a la orden del día… Igual compartimos con algunas personas muy pintorescas y entretenidas, así como adquirimos algunos vinos que podrían catalogarse como rarezas especiales. No teníamos mucho tiempo, así es que no esperamos el espectáculo de la inauguración oficial y partimos a nuestro recorrido de día sábado.
El Valle de Colchagua es uno de los destinos emblemáticos de Chile, sobre todo para los amantes del buen vino. Durante todo ese sábado recorrimos esos lindos campos que se fusionan con hermosas colinas plantadas con viñedos, centenarias parras, encantadoras haciendas, así como también lindas y pintorescas casas de personas más humildes. Sin duda, el número de modernas y tecnológicas bodegas que embellecen el paisaje son el hito de este valle, imposibles de visitar todas en un día, ni en dos y tampoco en tres. Por ello nos centramos en aquellas que no habíamos visitado antes y dentro de ellas, aquellas que recibían visitantes el día sábado y además, no son de las más famosas y conocidas, sino más bien de producción limitada pero para nichos de mercado especiales.
Este valle ha tenido desde siempre una actividad netamente agrícola. El maravilloso clima con que cuenta, que en esta época ya es algo menos caluroso, así como la sumatoria de características geográficas, generan microclimas únicos e ideales para la producción de diferentes variedades como Cabernet Sauvignon, Merlot, Carmenere, Malbec, Syrah, Cabernet Franc, entre otras.
Apalta se encuentra en el centro del Valle de Colchagua, a pocos kilómetros de la ciudad de Santa Cruz. El Valle de Apalta está compuesto por 800 hectáreas de viñedos y otros cultivos. Este valle se caracteriza por sus sobresalientes condiciones para el desarrollo de la uva vinífera y lo ha demostrado por los grandes vinos que se producen en el área. A ello se suma, que su entorno es muy bello.
Muy recomendable visitar y también adquirir grandes vinos, resultaron las Viñas Estampa, Laura Hartwig y Las Niñas. La Viña Montes, un ícono del Valle, muy linda pero demasiado turística para nuestro gusto.
Altamente recomendable y en las inmediaciones de la Viña Laura Hartwig, resultó el restaurante Casa Colchagua, donde deleitamos comida chilena gourmet.
Concluido el recorrido sabatino, una buena ducha, momentos de relajo en el bar y luego la buena cena en la Hacienda, nos fuimos a descansar cerca de medianoche, con la sensación de haber vivido un día lleno de lindos paisajes, buenas conversaciones y risas por diversas circunstancias, así como buenas compras de vinos, algunos realmente especiales. El domingo y después del desayuno, nos esperaban sendos masajes de una hora cada uno, incluidos en el “paquete” adquirido. ¿Estrés?
Ya era cerca de las 13:00 hrs y debíamos partir donde Graciela y familia, el sector de El Caleuche, más o menos entre Santa Cruz y San Vicente de Tagua Tagua. Hace ya más de dos décadas atrás Graciela trabajó en nuestra casa y nos encariñamos mucho con esta linda y trabajadora mujer de nuestros campos chilenos, ella con nosotros y por supuesto con nuestros hijos. Habíamos quedado que no prepararía nada especial para el almuerzo. Misión imposible: empanadas de campo de aquellas que sólo ella y su mano bendita para la cocina sabe preparar, una cazuela de esas caseras de campo de verdad, un postre clásico que siempre preparaba a nuestros hijos y que recuerdan hasta hoy… Pero sobre todo, recibimos mucho afecto de parte de ella, de su hija Fernanda que ya se convirtió en una linda mujer de 18 años de edad, así como de Raúl, su marido desde que dejó de trabajar con nosotros para irse con él a esta región, de donde ambos son oriundos. Cristóbal, el hijo mayor de Graciela y Raúl no estaba, ya que vive y estudia en Santiago en el Duoc. La conversación estuvo llena de recuerdos y actualidad.
Ya nos debíamos volver a Santiago, pero llego un llamado para que fuéramos a ver el arreo de los caballos de domadura pertenecientes a un cuñado de Graciela, que los traían de un campo de pastoreo a los corrales. Lindo espectáculo, que no se ve muy a menudo. Christi incluso se aventuró a montar un caballo que según ellos, los expertos, era manso, pero para los inexpertos en realidad era bien “nerviosón”. Luego nos llevaron a conocer a los toros bravos y terminamos en un establo, donde Christi compartió un ponche con el grupo de arreo de los caballos. Yo manejaría por 3 horas, así es que no bebí.
Y vino la despedida, donde Graciela nuevamente nos sorprende con una docena de empanadas para llevar y repartir también a nuestros hijos Cristóbal y Juan Pablo, así como un queso fresco preparado por ella, que sabe que me gustan.
¡Tanto cariño en tan pocas horas, es como para querer siempre volver!
En el camino de regreso, después de ya 9 años de no pasar por esta ruta, volvimos a visitar algunas de las Ruedas de Larmahue, antiguo e ingenioso sistema para el regadío. Acompañados por un intenso tráfico, regresamos cerca de las 22:00 hrs a nuestra casa.
Las mejores fotografías de este reporte, son de Marie-Christine Reinhardt.
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