Un viaje hiperrealista a Cuba
Ya casi se van a cumplir 60 años de la revolución cubana. Con la flexibilización que patrocinó Obama (y que luego con Trump se cerró como la más dura de las ostras), así como la apertura turística obligada que debieron impulsar los jerarcas cubanos, antes de que quebrara el país, debíamos visitar esa Cuba, y lo hicimos.
Para la izquierda latina y en parte europea, la revolución reunía todos los ingredientes míticos como la caída de la dictadura corrupta de Batista a manos de los jóvenes revolucionarios barbudos, la nota desafiante a los gringos y el apoyo masivo de los cubanos a esa revolución. Para el imaginario colectivo de la socialdemocracia europea, el autotitulado socialismo real del bloque soviético nunca fue un modelo, pero aunque parezca sorprendente aún conservaba entonces en algunos una aureola atractiva que compartiera poco después con la Revolución Cultural China. En América Latina, nuestros pensadores revolucionarios eran y son más salvajes, tanto así, que hasta hoy muchos de ellos ponen por delante los excesos cometidos por las dictaduras militares de nuestro continente, desconociendo o simplemente barriendo bajo una alfombra toda la masacre, crímenes y excesos inmensamente mayores, provocados con evidencia abrumadora por el estalinismo y del maoísmo.
Para los socialistas y comunistas latinos, incluso para algunos socialdemócratas europeos, la revolución cubana era distinta, era la auténtica, la que merecía apoyo. La rápida evolución castrista hacia el marxismo-leninismo y su alineamiento con la URSS se justificaba con los avatares de la guerra fría. La pronta represión de intelectuales, artistas y homosexuales, seguida por la supresión de todo ejercicio libre de profesionales como médicos, abogados, arquitectos, el cierre de todos los comercios privados, hasta el último y modesto colmado… se justificaba con la expresión castiza “no se puede hacer una tortilla sin romper huevos”. A los primeros, decenas de miles, de exiliados se les calificaba sumariamente de “gusanos” contrarrevolucionarios. Cuando les tocó irse a revolucionarios de primera hora, a intelectuales y escritores prestigiosos, se siguió buscando justificaciones, se trataba de escritores burgueses, no soportan la vida austera de la Revolución, la han traicionado.
Pero mientras tanto, con el paso del tiempo y del cariz real que tomaba el régimen cubano, las cosas no iban sino a peor. La desaparición de la más mínima libertad de expresión y de creación artística, el cierre o la prohibición de cualquier centro o local cultural o social independiente, lo que incluye la inexistencia legal de organizaciones no gubernamentales de cualquier tipo, el aumento constante de mareas de exiliados, el encarcelamiento cada vez más frecuente de disidentes pacíficos y sobre todo el fracaso de la economía estatalizada, a pesar del ingente subsidio soviético, la permanencia de la cartilla de racionamiento y la escasez generalizada fue disminuyendo las simpatías europeas a la revolución cubana. Con todo ello, el desenganche de la izquierda europea con Cuba se fue haciendo más evidente. Pero en América Latina ese proceso no fue tranquilo, razonado, meditado, sino forzado.
Sin embargo, aún hoy se oyen voces de defensa de la dictadura cubana en la izquierda teóricamente democrática, esa que también apoyó a Chávez y sigue apoyando lo que realiza Maduro. Es como si hubiera una resistencia subconsciente a renunciar a los sueños de la juventud, aunque esos sueños se hayan convertido en pesadilla.
Pues bien, esa Cuba de hoy es la que fuimos a conocer y si me preguntan, fue más triste de lo que esperaba. Sí, la palabra tristeza es la apropiada. Mis relatos no sólo revelan la precariedad, la miseria masiva, la falsedad de lo buena que se supone que es la salud, sino también aparecen la simpatía, lo extrovertido y generoso del cubano, pero luego de conversar con muchos de ellos un poco más en confianza, surge la angustia, los miedos, la tristeza, la impotencia y la resignación. Un lindo país, maravillosos paisajes y lugares en la naturaleza, así como un pueblo cubano cálido pero ávido de cariño y por algo de justicia social (la que aquí tampoco poseemos, pero son otras dimensiones, sumado que son casi 60 años de cuento del lobo por el paraíso que llegará.
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