Cuba 2017 – Trinidad
Nos levantamos tarde, fuimos a negociar el precio de un cuadro que nos había gustado y que era muy costoso, pero no logramos dar con el precio que estábamos dispuestos a pagar. Tipo mediodía dejamos Cienfuegos y con un calor agobiante partimos a Trinidad, a sólo 80 km de distancia.
Ya al entrar se percibía que era una ciudad distinta, sus calles angostas de fachadas coloniales y calles de piedra del año de la perinola, que en versión más modesta recuerda algo a La Antigua en Guatemala o San Miguel de Allende en México. A pesar de que el casco histórico está cerrado para automóviles, nuestra casa quedaba al borde del mismo y pudimos llegar sin grandes dificultades. Nos recibió Nairobi, quien vive junto a su familia de varios hijos que ayudan en el aseo, realizar desayuno y además estudian. La habitación muy buena. Con ellos no pudimos compartir mucho, ya que Nairobi tenía grave de salud a su abuelo, quien también vive en esa casa junto a su esposa, ambos de 96 años de edad.
Ya era pasado las tres de la tarde cuando salimos a buscar un lugar para almorzar. A las pocas cuadras, un pequeño restaurante que se llamaba “Espaguetti Gato Loco”. Rico, algo italiano nos vendría bien. Mientras Christi observaba el entorno con su tercer ojo, es decir la Canon 70D, parado en la entrada del restaurante le pido la carta a las dos chicas que atendían. Tras mirada rápida, me pareció interesante y económico. Como ambas tenían su atractivo, algún piropo les tiré con algo de humor. Dado que les causó gracia y rieron moviendo la cabeza como pensando “ay señor dame tu fortaleza”, continué con otro piropo tras el cual les dije que perro que ladraba no mordía, de que aquella era mi esposa indicando hacia Christi. Cuando Christi entró al local ya habiéndose percatado de mi juego, una de ellas – Yare – le dice muerta de risa: “entonce usté e la esposa… ; cuidao que a este hay que traerlo cortito”. Reímos todos. Comimos rico y como a esa hora había pocos clientes, la conversación con ambas se extendió por una hora y media. Prometimos regresar a la cena, ya que haríamos nuestro recorrido por el casco histórico. Definitivamente Trinidad vale la pena. Sin duda la ciudad más bonita de las que hemos visitado en Cuba, al menos en su casco central. En lo restante no se diferencia mucho con las demás ciudades, donde se repite el patrón de muchísima pobreza, ausencia casi total de lo que nosotros llamaríamos clase media y clase media acomodada y si hubiere riqueza, tampoco se ve. También se repite el patrón de autos re-viejos, coches tirados por caballos como transporte público, triciclos-taxi, casas de puertas abiertas con personas sentadas en sus frontis contemplando lo que sucede o no sucede, personas caminantes que venden cosas a grito pelado, de esas que nosotros hace décadas compramos en el comercio establecido, como pan, frutas, huevos, entre otros. Puede sonar pintoresco, para algunos quizás lo sea, pero para mí no lo es, me provoca tristeza. Algunos me dirán que a pesar de ello los cubanos son alegres, felices. Sí, eso parece, pero si escarbas un poco detrás de esa fachada que debe tener una explicación psicológica, aparecen la angustia, los miedos, la tristeza, la impotencia y la resignación.
Claro que volvimos a cenar. Yoly, es una atractiva mujer de raza negra, pero azabache, que representa 15 años menos de los que tiene. Ella una de los dos cocineros de este turno que trabaja dos días seguidos de 8 AM hasta las 12 PM, es decir 16 horas al hilo. Luego descansan dos días y entra el otro equipo. Yare, más joven y también muy buena moza, es de unos 25 años de edad, atiende las mesas, prepara tragos y lleva la caja. El mejor “Mojito” que me he tomado en Cuba lo prepara Yare. Volvimos a conversar con ellas, aunque el local estaba bastante concurrido. A la conversación se sumó la mamá del dueño (que le dicen Gato Loco), pero que casi nunca va al restaurante ya que se ocupa más de la pequeña finca que posee como usufructo del estado. Por ello lo maneja la madre. La señora de 75 años de edad, es un caso aparte de bondad, simpatía…e historias de vida. Casi sin conocernos y al ver el desastre que tenía Christi en las piernas con las picaduras, partió a buscar un preparado en base a propóleo, así como un algodón, para realizarle curaciones. Ello, sentadas en la entrada del restaurante con los pies en la vereda. También conversamos mucho de su dura vida, llena de lucha y carencias. Casi no conoce los alrededores de Trinidad y estuvo sólo una vez en la vida en La Habana. Tras varios Mojitos, la bauticé como “Súper Gata”, apodo que le gustó (o me lo hizo creer…).
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