Reflexión al cumplir 60 años…
Al momento de nacer, todos somos intrínsecamente felices.
Como la mayoría de los niños creí todo lo que me decían y explicaban los adultos, fueren mis padres, abuelos, tíos, profesores. Hasta cierta edad estuve de acuerdo con ellos, lo cual se transformó en un sistema de creencias que inconsciente ya a esa edad, comenzó a controlar los sueños de mi vida. En realidad no las escogí. Cuando en la adolescencia comencé a rebelarme contra ello, a veces por caminos equivocados, no fui lo suficientemente fuerte para que mi rebelión venciera…
Por diversas circunstancias en mi vida, a lo largo de estos 60 años de manera consciente, pero sobre todo inconscientemente puse mi mente donde no quería estar tanto mi corazón como mis entonces precarias creencias propias. Ello me recuerda un libro que habla de “acuerdos”; donde se señala que hemos logrado miles de acuerdos con nosotros mismos, con otras personas, con los sueños de vida, con divinidades, con la sociedad, con padres, pareja e hijos; pero los malos o buenos acuerdos más importantes son los que hemos hecho con nosotros mismos. En esos acuerdos nos hemos casi auto-impuesto quienes somos, lo que sentimos, lo que creemos y cómo comportarnos. En el mismo libro se señala, que si queremos vivir con alegría y satisfacción, debemos hallar la valentía necesaria para romper esos acuerdos que se basan en el miedo y reclamar nuestro poder personal. Los acuerdos que surgen del miedo requieren un gran gasto de energía, pero los que surgen del amor, o dígase del corazón, aumentarán nuestra energía vital.
Seguro que aún estoy a tiempo de vivir más libre de un exceso de apegos y miedos.
Entiéndase como apego, que ya no quiero depender emocionalmente de otras personas y menos aún de la reputación, el dinero, el poder, la fama o simplemente la aprobación en todas las cosas cotidianas por parte de otros, para ser feliz. Es decir, de una forma directa o indirecta, en mi vida puse en manos de otros una parte relevante de mi felicidad, pero no suficientemente en lo que realmente me decía mi corazón. Me explico: a lo largo de más de medio siglo puse mucha energía de mi mente en tratar de conseguir aquello que deseaba y sentía que debía lograr, reprimiendo lo que me decía mi corazón. Y…., eso vino acompañado de muchas grandes y pequeños fracasos, desilusiones, frustraciones.
Pero a la vez tuve muchos logros y aciertos en cosas que deseaba lograr con la mente, sin la necesaria dosis de corazón, lo que se convirtió en apegos. Con ello aparecieron los temores de perder todo aquello que supuestamente me aportaba felicidad, donde el apego se alimentó de mis miedos, transformándose en un eficiente sistema de vivir condicionado, de autodefensa y negación, por ende, un autoengaño que fui perfeccionando con los años. Diversos avisos a lo largo de esta vida los negué, no les presté atención o no supe interpretarlos como tales, lo que finalmente me enfermó.
Podría y quisiera profundizar mucho más, pero para este espacio ya es suficiente. Comparto mi propia experiencia y reflexión, simplemente porque pienso que los aprendizajes no deben atesorarse egoístamente, el medio escrito me permite expresarlo mejor. Sin embargo, también lo comparto porque no quiero caminar como una especie de viejo rebelde solitario en este nuevo matizado camino de poder elegir y decidir qué quiero hacer, abriendo mi mente a que finalmente escuche a mi corazón. Pero a la vez abrir mi corazón, más allá de mis apegos y entender la verdadera esencia del amor, que no sólo está en lo que siento por las personas, por los animales, por las plantas, sino en todo lo que yo haga con relación a mis propios sueños, solo o acompañado. Cuando lo logre, me liberaré verdaderamente de tanta creencia que no es propia, renaciendo de cierta manera sin miedos y lograr ser aún más feliz que cuando nací.
[…] uno de los pasajes de la reflexión que escribí para mi cumpleaños nr. 60 , me referí a los apegos: “entiéndase como apego, que ya no quiero depender emocionalmente de […]