Caminatas Parinacota, Arica y regreso a Santiago
El último día en la “zona de Putre”, le dimos un descanso a las largas travesías en auto y decidimos tomarlo con calma y realizar dos caminatas en senderos señalizados, digo, más o menos demarcados. Uno de ellos en el sector Las Cuevas a 4.400 msnm, camino a Chungará, fue más bien corto (unos 1,5 km) pero muy simpático por el encuentro casi masivo con vizcachas, las que generalmente son bien esquivas. En una primera impresión, este roedor es parecido a una liebre, pero ostenta una larga cola. Si bien habita en zonas cordilleranas, sobre todo en terrenos secos y pedregosos, tanto en la Cordillera de los Andes como en la Costa, es la primera vez que veo tantas y tan de cerca.
Proseguimos rumbo al poblado de Parinacota, que en aimara significa “laguna de parinas”. Las parinas son aves que frecuentemente confundimos con flamencos, pero el diferenciarlas a primera vista no es para legos en ornitología. Este poblado también está a aprox. 4.400 m de altura y como nos pasó en otros tantos pueblos, no había un solo ser humano, ni un perro que te saliera a saludar o corretear. Después me enteré que en este caso, estas casas las ocupan sólo para las festividades. Parinacota ha tenido importancia etno-cultural, pues marca la localización de uno de los tres dialectos aimaras de la cordillera de Los Andes en el sector chileno. Estacionamos junto a la iglesia, de donde sale un sendero de unos 7 km que al poco andar se pierde entre lagunas y sobre todo bofedales. Si bien nos encontramos con mucha fauna, parinas no había. Tuvimos un simpático encuentro camélido, véanlo en uno de los videos.
Regresamos tipo 16 hrs, fuimos a cargar bencina desde bidones y descansamos hasta tipo 18:30, sin almorzar, reservándonos para los “sanguches” con pan amasado, pisco-sours de los peruanos que recién abrieron sus puertas tipo 19:00 hrs, casi cuando habíamos perdido la esperanza que realmente nos calmarían las tripas ese domingo.
Muy recomendable este restaurante en Putre, “en pleno centro”.
Al día siguiente partimos a Arica, donde no sólo estaríamos volviendo a una altura más acostumbrada, sino serviría para descansar un poco de los largos recorridos y prepararnos para el largo regreso a Santiago. Fue mi segunda vez en Arica y salvo lugares muy puntuales, es una ciudad que no me gusta, es fea y sucia. Las playas eso si, muy lindas y limpias, pero no andábamos en onda playera. Igual aprovechamos ir a dar una vuelta al Morro, visitar las Cuevas de Anzota y el humedal en la desembocadura del río Lluta que fue un fiasco por lo descuidado y poco atractivo, y por supuesto recorrimos gran parte de los Valles de Azapa y Lluta, sin que encontráramos algo que nos impresionara mucho. En el Valle de Azapa eso si almorzamos muy rico, en un restaurante llamado “La Picá del Muertito”, que al parecer es bastante conocido.
Después de haber estado un día y medio en Arica, se nos venía una tirada bastante larga de unos 930 km hasta Taltal, ya que las comunas intermedias como Iquique, Pozo Almonte, Antofagasta, Tocopilla y otras cercanas estaban todas en cuarentena. Fue muuuuucho paisaje desértico de una y bastante cansador.
En verdad, Taltal nos sorprendió muy gratamente, muy limpio, muy bien cuidado, la gente muy gentil. Fue una gratísima sorpresa positiva, como para volver y al parecer ofrece cuatro buenas playas. Estuvimos en un hostal muy céntrico, sin desayuno (al día siguiente en la mañana nos hicimos unos “sanguches” con “Jamón Praga” comprado en la rotisería Bavaria que la teníamos a la vuelta de la esquina). En la noche le dimos el bajo a unos buenos platos de pescado y marisco en el buen restaurante Costa Traviesa.
Nuestra última parada, tal como había sido la primera de este viaje, fue donde mi amigo Roberto Calderón, en Vallenar en su reducto de “Lui 041” , donde llegamos a la hora de almuerzo, realizamos una primera comilona, pero después lo acompañamos a buscar agua a un pozo profundo cercano donde se la venden, llenando 5 tambores cargados en su camioneta. Más tarde tipo 19 hrs, iniciamos un segundo asado con algunos invitados con los cuales estuvimos hasta medianoche. Por supuesto gozamos de la hospitalidad de Roberto y dormimos en su casa. Al día siguiente, rumbo a Santiago, por supuesto con una parada en Los Vilos para almorzar un extraordinario caldillo de congrio.
Para terminar, una reflexión un tanto poética:
Escribir me suele alegrar, claro, porque de alguna manera siempre me suaviza el ánimo, calma mi espíritu inquieto y aventurero, regalándome un día ingenuo, tierno, infantil, aunque sea recordando. Este viaje muy cargado al Altiplano, y tal como me ha sucedido en tantos otros viajes, me deja la sensación de haber estado por unos días en mi patria real, en la de las costumbres y culturas regionales, es más, las zonales. Relato estas vivencias en mi desatado antojo, en mi libertad total. Al escribir cada uno de los relatos genero una introspección intensa, que es un verdadero acarreo implacable de recuerdos que aviva mis sensaciones vividas durante el recorrer, el compartir con tantas personas tan distintas. Cada vez me hace pensar en el corazón de esas personas que conocí, forjados por la altura, las espinas de los cactus, las ramas que parecen secas y en contraste, los humedales y bofedales con su rica flora y fauna, el frío y el sol que quema a baja temperatura, con sus cumbres nevadas y también desnudas. Este viaje al norte grande de Chile deja un nido en mis recuerdos, muy parecido a los que poseen todas las personas amigas con una rica vida interior.
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