Camiña y Laguna Roja
Por lo atractivo de esta semi-escondida comuna, afortunadamente mi blog de viajes no es tan visitado como para que Camiña y alrededores ganen fama, porque debiera tenerla sin ser invadido y prostituido en su esencia por un exceso de turistas. Encuentro inexplicable que sea tan poco conocido este valle perteneciente a la pequeña comuna de Camiña, la que está conformada por 11 localidades: Francia, Chillayza, Moquella, Saiña, Quistagama, Cuisama, Chapiquilta, Yala-Yala, Apamilca, Nama y la capital comunal del mismo nombre. Esos poblados, salvo Chapiquilta, Apamilca y Nama (ya que están más arriba), se van recorriendo en la medida que se va subiendo por la Quebrada de Tana, que casi al estilo del “Gran Cañón del Colorado” está circundado por altos cerros que a ciertas horas son muy coloridos, desfiladeros y farellones, pero completamente cultivado. En todo el viaje, no vimos quebradas altiplánicas mejor y más eficientemente cultivadas, además, sus poblados bien cuidados y limpios. Esta quebrada precordillerana también es llamada “La Sierra”. Su población es mayoritariamente de origen Aymara (muchos también lo escriben Aimara…, supongo que ambos son correctos).
En verdad no sabíamos casi nada de Camiña y fuimos a parar allá, porque en ese momento, era junto a Colchane el único municipio en “Fase 3” y fue la única razón original por la cual partimos para allá, ya que igual quedaba algo a trasmano rumbo al norte. Así es que la sorpresa fue mayúscula. Pero antes de llegar a este exuberante y productivo valle, fue necesario manejar 50 km desde la carretera y encontrarse con esta cuesta (ver video), que nada hacía presagiar lo que realmente vendría:
Proseguimos bajando esa cuesta adentrándonos en la quebrada y tras pasar los primeros poblados, incluido un pequeño cementerio muy pintoresco, nos empezamos a encontrar con unos cerros pintados a mano, claro, con la ayuda del sol que a esa hora ya anunciaba que pronto se escondería.
Los carteles indicaban que aún faltaban varios pequeños poblados hasta llegar al de Camiña, así es que con el inicio de la puesta de sol continuamos nuestro camino estupefactos, disfrutando el cuadro que la naturaleza nos ponía al frente. Al poco rato llegamos a Camiña, encontramos el hostal y nos acomodamos. Más tarde nos preparamos nuestros platos preparados de manera improvisada en el patio del hostal, mientras teníamos una entretenida conversación con una cuadrilla de eléctricos de una empresa de Copiapó, que estarían ahí algunas semanas, ya que debían instalar el nuevo alumbrado público en la localidad cercana llamada Nama.
En la mañana siguiente y tras realizar averiguaciones con lugareños y Carabineros (donde tuvimos que registrarnos, indicando una hora de regreso estimada, por si nos pasaba algo para que salieran en auxilio), decidimos emprender un camino complejo, una ruta que en su última parte está en pésimo estado debido a las recientes lluvias altiplánicas (de hecho, el peor tramo de camino que tuvimos en todo el viaje). Nos dirigíamos a la Laguna Roja o la Laguna Paricota. Para un reducido número de personas esta laguna es de conocimiento actual, pero nos comentaban que ya los prehispánicos hablaban de ella. Lo sorprendente de ella es que sus aguas son rojas como el vino o la sangre y, además de eso, desprende calor de su interior. La laguna se ubica a unos 65 kilómetros de Camiña. Se deben atravesar los poblados de Chapiquilta, Apamilca y Nama, esto en dirección a Colchane. Cabe mencionar que junto a esta laguna, hay otras dos de coloraciones distintas: una verde y otra amarilla. Se cree que sus coloraciones tienen que ver con minerales sedimentados, quizás en combinación con algún tipo de algas.
Los lugareños hablan de que no tiene fondo y que está maldita. El encargado del hostal, un descendiente de aymaras de tomo y lomo, muy gentil y que me vendió unos 20 lts de su propia reserva de bencina, me comentaba que el único habitante de la zona de la laguna (junto a su familia) le había comentado que la laguna se ha tragado a personas, ya que es una ofrenda natural para dioses indígenas. ¡Así es que no le conté nada de esto último a Willy para que no se “achaplinara”!
En el camino, nos encontramos con varios burros salvajes, sólo una pareja de guanacos y en lo restante, en un momento tuvimos que concentrarnos por más de una hora en bajar una cuesta de piedras y rocas, en la cual a ratos apenas cabía el VW y dado que no es tan alto como un 4×4 clásico, debíamos tomar resguardos. Sin embargo debo decir, que el sistema AWD del Tiguan funcionó muy bien, aunque en ocasiones Willy se bajó para “puentear” algunas rocas filosas.
¡Vean los videos también!

Tras dos fáciles pasadas de río, finalmente llegamos al sector en el cual se encuentra la Laguna Roja, esto a unos 3.600 m de altura, pero aún no la teníamos a la vista. Se supone que hay un dueño, de origen Aymara, o una comunidad, ya que las versiones escuchadas y leídas posteriormente no son muy claras. Por supuesto haríamos nuestra contribución, pero seres humanos brillaban por su ausencia y sólo nos recibió un rebaño de llamas.
Por lo que indicaba el GPS, desde ese punto serían aprox. 3,25 km de caminata hacia la Laguna Roja, así es que mochila en el lomo y suficiente hidratación, partimos esta marcha a 3.600 m de altura. El camino hacia la laguna era mayoritariamente en bajada, así es que no fue de mayor dificultad. Finalmente, llegamos y pudimos sorprendernos de su belleza y entorno.
En ese caminar, pudimos estar frecuentemente cerca de la llareta o yareta (Azorella compacta), que es una planta herbácea muy compacta y resinosa con disposición en cojín (algo así como una coliflor). Parece musgo, pero no lo es, ya que pertenece a la familia Apiaceae, lo cual la convierte en pariente del apio y el perejil. Además, en la parte reproductiva sus flores son hermafroditas, así que mediante la acción de insectos se puede auto-polinizar. Si se toca, es más bien dura y no tan acolchada y blanda como parece. También se caracteriza por ser una especie longeva y de lento crecimiento, aumentando su tamaño a una tasa promedio de un centímetro por año. Hay algunos ejemplares de hasta 3 mil años de antigüedad. Nos la encontraríamos posteriormente aún más frecuentemente en el Altiplano de Parinacota.

Aún cuando buscamos un cruce por un río que parece inofensivo, pero es más hondo de lo que parece, no encontramos un lugar seguro para acceder a la laguna y tocar esa agua con nuestras manos. Finalmente priorizamos seguridad, ya que además no había modo de pedir ayuda ante un accidente y estuvimos ahí disfrutando este hermoso y sorprendente lugar por un buen rato.
Cuando ya emprendíamos el regreso, el ángulo del sol nos regaló este espectáculo en las rocas contiguas a la la laguna:
Tratamos de realizar una ruta de regreso más corta, acortando camino a campo traviesa, lo que finalmente no fue una buena idea, ya que fue gran parte del tiempo en subida, suave, pero que a esa altura se siente, sumado en mi caso, mi exceso de peso y antecedentes pulmonares. Tras caminar más distancia que a la ida, completamos casi 7 km de caminata y emprendimos nuestro regreso, nuevamente por esa parte de la ruta infernal, pero de subida fue algo más fácil.
Varios km después volvíamos a encontrarnos con la Quebrada de Tana, o de Camiña, como prefieran. Desde esta perspectiva tuvimos la oportunidad de fotografiar una parte de este bello y aún tan desconocido lugar.
A la mañana siguiente, nuestro viaje proseguiría a Putre, que sería nuestro poblado base para recorrer esa parte del Altiplano por cinco días. Camiña…, quizás debimos quedarnos uno o dos días más para recorrer otros sectores, pero ante la ausencia de camping operativos en Putre, ya habíamos contratado una pieza en un hostal.



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