Val d’Orcia (Toscana)
Nota preliminar: al escribir estos relatos que son en directo mientras viajamos, los efectúo normalmente tarde al final de la jornada, puede pasar que cometa errores gramaticales involuntarios o de “tecleo”. Disculpen esos errores, no siempre tengo el momento para volver a corregir. Distinto es, el uso que hago de modismos principalmente chilenos, lo que es absolutamente voluntario.
Había llovido durante la noche de sábado a domingo. El pronóstico y el cielo amenazante, tampoco eran muy auspiciosos para nuestra salida el domingo. Pero un viaje a la Toscana sin probar algunos de los famosos vinos, aceites y quesos de la región, no hubiese sido lo mismo. No hay un lugar mejor para probar el vino y ciertos quesos que en Val d’Orcia, o Valle de Orcia. Justo al sur de Siena, el hermoso paisaje está repleto de encantadores pueblos. Estos pueblos, en su mayoría amurallados se dedicaban en el pasado principalmente al aceite, vino y cereal, al igual como hoy en día. Bien conservados y poco modificados, estos poblados son ejemplos de urbanismo cuidado, limpio y que mezcla nuevos comercios y establecimientos hoteleros (B&B, agroturismos, hoteles con encanto…) y viejas ferreterías, panaderías, así como locales de venta que ya no se encuentran en otros lugares de Europa. Nosotros nos decidimos por Montalcino, Montepulciano y Pienza. Si a alguno de ustedes les suenan los nombres de estos poblados, es porque se asocian con algunos de los mejores vinos de Italia y en el caso de Pienza, del queso Pecorino (de oveja) y algunos de quesos de cabra. En el valle, las uvas Sangiovese se usan para producir vinos como el Brunello di Montalcino y el Nobile di Montepulciano venerados por los expertos en vino. Ya de regreso en San Gimigniano, del último vino mencionado, me bajé casi una botella junto a queso de cabra, mientras Christi le daba el bajo a la botella de blanco que tenía de días anteriores. ¡Realmente bueno!
Primero visitamos Montalcino, la patria del Brunello, uno de los vinos tintos más afamados en Italia. Ciudad etrusca en sus orígenes, fue libre hasta que Siena la incluyó en su órbita en 1260, construyendo su castillo. Como es habitual en Toscana, Montalcino creció en una colina, fortificando con sus muros la ciudad. Su aspecto y trazado medieval tiene en la Fortezza (también conocida como la Rocca) su máximo exponente. Este bastión fue el último reducto de la República de Siena, cuya ciudad ya cayó en el 1555, provocando una huida hacia Montalcino de 650 familias que resistieron hasta 1559. Actualmente es la sede de variados eventos gastronómicos de la región. Bien bonita la ciudad y a pesar del día nublado, pudimos apreciar su belleza.
Proseguimos a Montepulciano donde primero almorzamos, Christi una Pizza y yo una tabla de salames con queso.
De antiguos orígenes etruscos y romanos (la leyenda cuenta que fue fundada por el rey Porsenna) Montepulciano fue un lugar por el que lucharon Florencia y Siena. A partir del siglo XVI el burgo fue el centro de un gran fervor cultural y artístico que acogió no sólo a la presencia de grandes humanistas como el poeta Angelo Poliziano, sino también la realización de muchas iglesias ideadas por grandes arquitectos. Hoy en día Montepulciano es un gran foco de atracción para los turistas, gracias a su característico urbanismo y a las célebres manifestaciones culturales de las que es protagonista, sin embargo, no pudimos disfrutarlo mucho ya que justo invadió el monte una espesa neblina y luego lluvia.
En el camino a Pienza, a ratos llovía y a ratos no, así es que no íbamos muy confiados de tener una buena visita.
Pero no, justo los 80 minutos que estuvimos en la pueblo no llovió y bastó que nos subiéramos nuevamente al auto, para que se dejara caer un diluvio de esos que no ves a 20 m de distancia. Esta interesante ciudad situada en el corazón del Val D’Orcia, es considerada la encarnación de la utopía renacentista de la “Ciudad Ideal”. Obtuvo el reconocimiento como “Lugar Unesco 1996” y sigue siendo un ejemplo, llegado hasta nuestros días de los cánones urbanísticos del Renacimiento en cuanto a la organización racional del espacio y a la perspectiva de las plazas y los palacios del siglo XVI. Además de ello, son los propios habitantes que le dan vida a ello, ya que te maravillas de tantos espacios y rincones encantadores bien conservados. Asimismo, pudimos maravillarnos con su inmensa variedad de quesos exquisitos, llenos de aromas y sabores seductores. ¡Nos encantó Pienza!
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