Iniciación Africana – Brevas, Higos y Serpentín Montañoso
Debíamos recorrer 25 km de camino ripiado, en excelente estado, para llegar a una finca productora de brevas. Después de recorrer 18 km por desolados parajes, un neumático que ya había perdido un poco de aire, parece que acusó su debilidad y paso la cuenta. Ahí estábamos a pleno sol desmontando el neumático, cuando descubrimos una tuerca distinta, la del bloqueo, pero no había llave para soltarla. Obviamente yo no conocía de la existencia de esas tuercas distintas, ni me habían tocado nunca… Christi tampoco. Después de unos 5 minutos, en que entre mirarnos las caras con care’ pregunta e intentar soltarla con otros utensilios, en que nada prosperaba, apareció un auto. Desgraciadamente eran tres señoras holandesas de avanzada edad sesentera, las cuales tras interrogatorio de rigor confesaron no cachar nada. Como no andaban en 4×4, menos aún podían tener una llave así. Fueron amables en ofrecerse para llamar a “alguien”.
Al poco rato, afortunadamente apareció ese “alguien”, una camioneta con un ganadero local que iba con esposa e hija a realizar trámites al pueblo. Daba la sensación de estar frente a la versión moderna de aquellas familias del lejano oeste estadounidense, viajando al pueblo en carreta. Bueno…, tampoco pudo ayudar con la llavecita en cuestión, pero ya estaba ideando la manera de inflar el neumático dañado y ponerle un líquido sellador que andaba trayendo. En eso, Christi descubrió que extrañamente, el “adaptador-llavecita-
famoso” estaba fondeado en la guantera. Qué hacia ahí el diminuto utensilio, es una buena pregunta. Pero con ayuda campestre sudafricana cambiamos el neumático y partimos de regreso a Prince Albert a componerlo, ya que teníamos un programa nutrido para el resto del día. Menos mal existía un lugar el pueblo en donde “recauchaban” neumáticos y nos atendieron de inmediato. Lo que no dejó de sorprender al “recauchador” y a nosotros tampoco, fue el tamaño de la piedra filosa que literalmente había traspasado el neumático, dejando un forado no menor para parchar.
Nos echamos la mañana y algo pasado mediodía, decidimos almorzar temprano y retomar excursiones. Vuelta a realizar el mismo camino ripiado, que entre lo de la mañana y lo andado en la tarde se transformó en 86 km de recorrido, entre idas y regresos. Honestamente, nunca conocí – tampoco en Chile – una plantación tan grande de higueras. Menos aún, ver cómo las secan a pleno sol y según me contaba el dueño del predio, en cinco días están listos para la venta como fruto seco. Si bien en sabor y el fruto interior es parecido a la nuestra, su cáscara no es de color negro sino más bien amarilla. Novedosa y entretenida visita a esta finca.
Como se nos había acortado el día, “metimos chala” para llegar a otro paso que queríamos conocer en esta zona montañosa, el Meiringspoort, un serpentín entre acantilados rocosos de conformación geológica impresionante en una extensión de casi 30 km. La emoción que se siente es irreproducible en fotos o filmaciones, menos aún la sensación de pequeñez y grandeza que se sienten a la vez. Visitamos un precioso lugar donde se supone que hay un salto de agua gigante, pero el cual debido a la sequía reinante está prácticamente seco. En ese andar por el asfalto del paso, de pronto también nos encontramos con monos en plena calle. Bastante más escurridizos que aquellos que vimos en el Cabo de Buena Esperanza. Tampoco fue fácil captar imágenes, ya que estábamos en una parte de la carretera sin berma.
Regresamos a tiempo para cenar muy rico, temprano, como casi todos los días, no sin antes pedir permiso para entrar a un finca y fotografiar unas cabras de pelaje angora.
Por último, nótese este acierto fotográfico involuntario, el desdoblamiento de Christi….:
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