Esta experiencia la leí hace poco tiempo atrás. Debo adaptarla culturalmente, pero no por ello pierde el sentido de fondo.
Una amiga iba regularmente a la misma peluquería, una de esas grandes donde atiende un buen número de estilistas, tanto mujeres como hombres. Por sus precios, los clientes podrían considerarse de ingreso medio alto, aunque ello no siempre es un pauta segura. En una de sus tantas visitas y mientras la estilista de mi amiga estaba sumergida en el corte de cabello, por pura curiosidad ella observó cómo estaba organizado el salón. Interesante: cada estilista planificada sus propias citas con los clientes regulares y en sus “ventanas horarias”, atendían a los clientes fugaces.
Pero ese día, una estilista había cometido el error de programar a dos clientas a la misma hora, quienes estaban ahí paradas con cara de pocos amigos. Claro…, puede suceder. Mi amiga pensó que el equipo podría salvar en conjunto la situación, ya que en ese momento había algunas sin atender clientes. Por ejemplo, podría haberse ofrecido un masaje capilar gratuito a una de las clientes, mientras la estilista atendía a la otra . O bien, simplemente otra colega hubiese realizado el trabajo a lo que venía esa cliente.
Podría haber sucedido, pero no fue así.
En lugar de ello, la estilista del error comenzó a despotricar de manera destructiva y poco orientada a los clientes que en ese momento se encontraban en el salón. Se puso de mal humor y gemía de manera audible para todos los clientes y compañeros de trabajo, vociferando de que debía hacerse cargo de todo en este salón, incluso debía ocuparse personalmente de las citas, que todo era un absurdo. Finalmente agregó que no debía causar sorpresa, que debido al exceso de responsabilidades ocurrían este tipo de errores.
Cuatro semanas después mi amiga volvió y estaba sorprendida: el dueño del salón había contratado a una recepcionista, quien acordaba todas las citas y administraba el plan de trabajo para todos los estilistas. “Guau” pensó mi amiga…, un jefe que escucha a sus colaboradores y también actúa.
Pero aún más asombrada quedó cuando notó que justamente la estilista del error, que había soltado su ira y disconformidad la vez anterior, estaba en total desacuerdo con la medida. Murmuraba cada cierto tiempo que los trataban como niños, que ya no podía realizarse nada de manera autónoma e independiente, que las libertades se habían coartado…
¡Ups! A la responsabilidad, no gracias, pero a la libertad, sí por favor… ¿O cómo era la cosa?
Al parecer un malentendido, pensó mi amiga, cuando nos comentó esta historia. Sin embargo, este hecho no es un caso aislado. Posee mucha cercanía con realidades en muchas empresas, no sólo peluquerías, grandes, medianas y pequeñas.
Libertad y responsabilidad van de la mano. En cuanto falta uno de ambos, se inician los problemas:
1) Libertad, pero sin responsabilidad: parece que fuese idílico, probablemente cercano al ideal que esperaba la estilista antes mencionada. Sin embargo, ofertas de ese tipo se dan muy pocas veces en la vida. ¿Por qué alguien debiera otorgarte libertades de manera permanente, si no estás dispuesto a asumir las responsabilidades correspondientes a esas tareas? Esos jefes y empresas durarían muy poco tiempo.
2) Responsabilidad, pero sin libertad: ¡ese es el infierno! Al menos produce mucho estrés y te pone de mal humor. Imagínate: otros deciden y tú debes hacerte cargo frente a los demás por esas decisiones.
3) Sin responsabilidad y sin libertad: en fin…, es lo que encontramos en muchas empresas. Personas adultas que sólo son ejecutores de manera robótica, substituibles, pero hechas a la medida para personas que no quieren asumir mucha responsabilidad, pero tampoco crear, innovar, progresar…
Para todos quienes quisieran poseer mayor libertad, existe una receta bastante simple, de efecto no tan rápido pero sí de manera consistente, así como con una buena probabilidad de éxito: paso a paso tómate más libertad, pero a la vez hazte cargo de un aumento de responsabilidad equivalente. Ambos debes tomarlas tú, ya que en la mayoría de las empresas aún…, si aún, recibirás una falta de libertad originada por la discapacidad de liderazgo y gestión de muchas jefaturas, así como la ausencia de madurez organizacional en cuanto al ejercicio efectivo de la auto-responsabilidad.