“Toscaneando” con cierta Libertad
Con calma partimos con la idea de algunos destinos, pero también sin presión de conquistar la Toscana en todos sus recovecos y maravillas. Muy rápidamente y luego crecientemente, se tornó en poesía, sí, así quiero partir hoy, dándole un toque poético a este relato, y luego, entramos de lleno en los lugares visitados.
Intuitivamente y eso que vengo recién conociéndola, la describo como una atractiva mujer, llena de inteligencia histórica, de misterios, con sus altos y bajos muy acentuados, sus curvilíneos caminos, sus montes y valles llenos de sensualidad, así como un inmenso todo por descubrir. Pero dejando a un lado esa faceta poética, inevitablemente caigo en la otra, esa donde entusiasmado por lo que vendría, descendiendo de las torres y murallones de San Gimigniano, me voy encontrando con los primeros cipreses, los pinos, los olivos y las parras, sintiendo el olor desde la ventana abierta del auto, percibiendo la atmòsfera abrazadora, el perfume, el sabor de la tierra de la Toscana. Pero también cautiva ese olor a café, la inmensa variedad culinaria, a la grapa y el vino, a la conversación casi enardecida, a la impaciencia, imprudencia y estupidez de muchos de sus conductores de auto, la historia, la arquitectura, la amabilidad y calidez de ese habitante de pueblo o ciudad pequeña, en fin, la Toscana es sexy, sí, eso y más.
El primer pueblo en el que nos detuvimos se llama Barberino. Es una localidad pequeña rodeada aún de murallas medievales y que conserva estupendamente las características de la época. La ciudad ha conservado su forma elíptica medieval con una calle principal que va entre las dos puertas de la ciudad: Porta Romana y Porta Fiorentina.
No lo repetiré cada vez, pero entre pueblo y pueblo, que es una especie de cadena entrelazada por rutas sinuosas, que suben y bajan, a veces de puro bosque espeso y otras, jugueteando entre viñedos, olivos, árboles nativos y pinos de manera más selectiva, te encuentras con paisajes maravillosos.
En San Casciano, que posee orígenes etruscos y después fue habitada por romanos, aparte de iglesias, posee varios castillos, como el Castillo de Bibbione (construido antes del año 1.000), Castillo de Gabbiano, Castillo de Pergolato, Castillo de Montefiridolfi, etc., los que no visitamos todos…. Aquí ya entramos de lleno en la zona de Chianti dentro de la Toscana, afamada por sus vinos.
Continuando, no mucho más allá pero el avance es lento por estos caminos, llegamos al área de Greve, una zona densa de castillos históricos, que fueron en otros tiempos edificios con cáracter defensivo y que se han convertido en villas señoriales o en bodegas de renombre. El centro de Greve in Chianti está construido alrededor de su plaza triangular rodeada de arcos. Muy atractivo. Ahí almorzamos y muy rico, en el caso de Christi, un plato denominado Pappardello sul Chinghialle, una pasta que no conocíamos con una salsa bien especial. Yo me fui por mis buenos y queridos ravioles. rellenos con pecorino y salsa de tomates natural. Además, probamos como acompañamiento la flor del zapallito italiano o zucchini frito. Postre: espectaculares Panacota y Tiramisú, nada excesivamente dulce y relajante como suelen servirlo en Chile. En la localidad, además visitamos el local más espectacular que he visto en cecinas típicas de la Toscana y en especial, todos sus preparativos en base a carne de jabalí. Que lástima no poder llevar algo de esto a Chile, gracias SAG.
Radda in Chianti fue otra agradable sorpresa. Es la sede del “Consorcio del Gallo Nero”, el ente que agrupa todos los vinos de Chianti que pertenecen a una determinada zona de este territorio. El emblema es, efectivamente, un gallo negro y, dentro de los vinos de Chianti, son los más prestigiosos. Sí…, les voy a dar la lata y explicarles el origen del gallo negro: cuenta la historia, que en la Edad Media, las repúblicas de Florencia y Siena lucharon por mucho tiempo amargamente por el área de Chianti. Para poner fin a la disputa y establecer una frontera, se adoptó un extraño sistema donde dos caballeros debían partir de sus respectivas ciudades al amanecer, con la señal del canto de un gallo. El encuentro de los dos caballeros marcaría el límite entre los dos estados. La gente de Siena eligió un gallo blanco, mientras que la gente de Florencia eligió uno negro. Éste último se mantuvo en la oscuridad sin comida, con el fin que tuviera hambre y desespero durante días y saliera confundido a cantar cuando lo liberaran, la estrategia era que cantará antes del amanecer para darle ventaja al caballero florentino, y así ocurrió. El límite de Chianti fue definido por esta raza – de ahí la aparición del gallo negro en las etiquetas de uno de los vinos más emblemáticos de Italia, que ya pasó los 300 años de edad.
Volviendo a Radda…, su trazado urbano es de la Edad Media y tiene forma de elipsis, así que todas las calles van a dar a Piazza Ferrucci. Vale la pena visitarlo.


Finalmente el día nos llevó hasta Castellina in Chianti, lugar que en la época medieval fue un punto estratégico al encontrarse justo entre Siena y Florencia. Aun hoy se ven claramente restos de su muralla medieval. Castellina, en la cima de una bellísima colina, está rodeada por un peculiar exágono de murallas que proceden de principios del siglo XV. Tras sufrir un devastador ataque por parte del ejército aliado de Milán y Siena, los Florentinos, que entonces dominaban toda la zona, se vieron en la necesidad de reconstruir la localidad y fortificarse tras esas murallas, para evitar que les despojaran de su codiciada propiedad, cosa que no consiguieron del todo pues sus pretendientes eran tantos como poderosos.
Ya de vuelta en San Gimigniano, nos sentamos afuera, esta vez más temprano y aún con luz de día, para una cena de picoteos exquisitos.
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