Iniciación Africana – Recorriendo viñedos hasta llegar a Franschhoeck…
Ayer jueves y el día de hoy, nos dedicamos sólo a la zona de vinos, más algo de la ciudad de Stellenbosch, antes de proseguir mañana sábado a Montagu, localidad situada en la meseta semidesértica del Karoo. Nos tocó bastante caluroso, sobre todo hoy viernes, donde la temperatura alcanzaba incluso los 37ºC.
Centramos nuestras visitas en el camino que se recorre desde Stellenbosch hacia Franschhoek, este último, escondido en las montañas de Drakenstein Groot. Esta ruta vinícola se considera la capital “gourmet” de Sudáfrica. Franschhoek se traduce como esquina francesa y toda la región tiene toques históricos, lo que sin duda alguna se traduce en una penetrante influencia francesa en cuanto a la fabricación de vinos, en los restaurantes, en el arte y el diseño. Hay 43 viñedos bodegas activos a lo largo de la ruta, que varían desde marcas populares como Boschendal y L’Ormarins a los más pequeños productores artesanales de vino como Mi Wyn (pronunciado “Mi Vayn”) y productores de Elephant Vintners, o bien en los dos en los cuales nos centramos nosotros: La Motte y Delaire Graff. En estos dos últimos también almorzamos al más alto nivel y disfrutamos de sus lindas instalaciones. Aquí se cultivan cepas similares a las chilenas como son de Sauvignon Blanc, Merlot, Chardonnay, Cabernet Sauvignon, Syrah, Pinot Noir, Malbec, así como Semillon que en Chile vemos menos. Carmenere no existe. Las champañas son bastante buenas, aunque yo no soy tan amigo de los espumantes.
Antes de visitar los viñedos, pasamos al museo de autos ubicado en la zona, metido entre viñedos y también olivos. Se trata del bastante conocido “Franschhoeck Motor Museum“, donde unas caballerizas preciosas y refinadas son utilizadas como galpones para exponer los autos. Posee aire acondicionado, música e imágenes para ambientar unos autos impresionantes…. Se puede ver desde un Ford T a una Ferrari F40…. hay de todo…. limusinas presidenciales, autos de LeMans, Ferrari, una colección de Mercedes, Audis del año de la pera, Porsche, Studebaker, Ford Mustang, entre otros.
El viñedo de La Motte fue adquirido en 1970 por el difunto Dr. Anton Rupert, un industrial tabacalero respetado internacionalmente, que estableció un imperio empresarial global, y a pesar de estar metido en negocio del tabaco, fue altamente reconocido como un conservacionista comprometido. Mr. Rupert y su esposa Huberte, también desempeñaron un papel inmenso en la preservación del arte.
Actualmente la viña La Motte es de propiedad de la hija de Rupert, Hanneli Rupert-Koegelenberg, una de las principales mezzo-sopranos de Sudáfrica. Otro hijo, Johann Rupert, es dueño de la viña L’Ormarins. A su vez, Hanneli y Johann se asociaron con la familia Rothschild de Francia, produciendo vinos en la granja de Fredericksburg bajo la etiqueta Rupert & Rothschild.
Después de darle un vistazo rápido a la viña (total…., nosotros ya cachamos de viñas, como buenos chilenos…, digo…), hicimos uso de la reserva que teníamos para el refinado almuerzo que nos esperaba en el restaurante Pierneef à La Motte. El nombre del restaurante se inspiró en la admiración por el artista sudafricano Jacob Hendrik Pierneef, cuya creatividad en retratar la belleza del paisaje sudafricano se supone que se refleja en la oferta de cocina tradicional o incluso antigua, con una interpretación moderna. En verdad estaba muy sabroso, incluso Christi que no es muy sibarita la encontró rica…. Fue nuestro positivo aterrizaje con la renombrada “Cape Winelands Cuisine”. El restaurante es conocido por su notable experiencia a la hora de maridar sus vinos con la mejor gastronomía, lo cual pude corroborar cuando acompañé la lengua de buey que almorcé, con un sobresaliente ensamblaje sugerido en la carta.
Visitamos un pequeño museo del viñedo La Motte y nos dirigimos hacia el edificio donde se realizan las degustaciones. Como todo estaban muy ocupados y no nos dieron bola, nos metimos en la fábrica, solos, para luego seguir a una bodega, solos, terminando en un exclusivo espacio familiar destinado a los dueños o visitas solemnes, estaba abierto…, entramos. En fin, ahí estábamos frente a muchos vinos muy antiguos, de 1986, de los 90s, de comienzos del 2000 y otros más nuevos. Después de conocer los precios de algunos vinos refinados de Sudáfrica, deduzco que estábamos junto a una millonaria colección de vinos…y curiosamente, nadie nos decía nada (estoy seguro que nos vigilaban con cámaras ocultas, sino, no se entiende…, para un latino).
Sin embargo, la vista al próximo viñedo y sobre todo sus impresionantes instalaciones, fueron un punto alto en esta pasada por esta zona en Sudáfrica. Como recostada contra las colinas la viña Delaire Graff ofrece una extensa vista de los viñedos de su propiedad. Posee un paisaje y jardines idílicos incluso para quienes quieran recuperarse disfrutando de su lujoso lodge (las habitaciones van desde Euro 900 a 3.200 la noche). La decoración es una conjunción de lo indígena y lo contemporáneo, con numerosas obras de artistas sudafricanos. Se nota el entrenamiento de los colaboradores, muy correctos y cordiales siempre, así como buenas respuestas a más de una pregunta pelotuda. Si bien no era barato, agradezco el rico almuerzo que pudimos disfrutar en este restaurante de la viña (poseen otro, con cocina indochina), sin antes realizar una degustación a mediodía, que nos dejó un poco caramboleados. Como dato freak 🤓 adicional respecto de esta viña, les puedo comentar que tanto lujo al borde de la extravagancia, o de la autoreferencia, según se interprete, se debe al dueño: el magnate de – entre otros -diamantes Laurence Graff.
Los vinos que probamos en la degustación, bastante buenos casi todos. Me sorprendieron un Chardonnay y un ensamblaje de Sauvignon con Semillon. Después supe que eran premiados y costaban sobre 35 lucas cada botella (aprox. US$ 60). El Cabernet Sauvignon que pude degustar y cuyo precio superaba las 40 lucas, no tenía nada que envidiarle a un chileno de 8 lucas. Pienso que en vinos tintos, en Chile estamos muy bien en la razón de costo-beneficio.
Finalmente, realizamos un breve recorrido del casco histórico de Stellenbosch, dónde la iglesia y sus edificios colindantes – incluido nuestro hotel – juegan un rol central. También es aquí donde se concentran los restaurantes, la mayoría con mesas al aire libre y al interior con aire acondicionado a toda máquina. Se crea un buen ambiente, acogedor, amable, entretenido de observar. Terminamos el día en “Craft“, un muy buen restaurante de ricas tapas y de rica cerveza artesanal.
Debo concluir esta parte referida a esta zona vitivinícola de Sudáfrica diciendo que vale la pena, por la belleza de sus paisajes y la simpatía de las personas, y de paso dejarse cautivar por la generosidad de unos vinos que alegran la vida.
Deja un comentario