Patagonia 2016 – Pingüinos + “Chilito igual te quiero”
“Chilito lindo, igual te quiero”. Esa sería la frase que resume el día de ayer.
Nos debíamos presentar 6:50 AM en las oficinas del operador de los lanchones para partir junto a otros 60 a 70 turistas a Isla Magdalena (pingüineras) e Isla Marta. Esta vez, en su mayoría eran israelíes (grupo de una edad que yo no quiero reconocer, ya que en un año más ya pertenezco😜), alemanes y el resto, variopinto… Tras check de identidades, se suponía que partíamos en sendos minibuses al puerto. Pasan los minutos, los extranjeros se miran entre sí con cara de pregunta, a mí me miran como si fuera otro de ellos, un caballero de la empresa que usaba un sombrero de esos tipo Charly Chaplin, camina arriba y abajo hablando por teléfono dándose aires de importancia. Finalmente decido preguntarle ¿”qué onda”? “Es que está muy movido el mar en nuestro embarcadero y estamos consiguiendo otro, partimos en 10 minutos”). Efectivamente, estábamos distribuidos en minibuses, no en 10, sino 20 minutos después. Pero las caras habían pasado de pregunta a expectativa. En el minibus que nos tocó, tuve que hacer de guía traductor, ya que nuestro jefe de transportes “no le pegaba mucho al inglés”, según él mismo reconoció. Arribamos a una caleta grande de pescadores, la recorrimos por otros 15 minutos, hasta que vino el grito salvador: “las lanchas, las lanchas, ahí vienen”. Me sentía como en esa serie gringa donde anunciaban que venía el avión…

Todos, como obedientes ovejas nos giramos y caminamos en esa dirección. Luego en otra y luego en otra. No había lugar para atracar. Chao, debemos irnos, a buscar espacio en un tercer puerto. Subirse de nuevo a los buses y listo, a los 20 minutos estábamos arriba de los lanchas y un guía con buen inglés, nos explica toda la “chuchoca” (problemática) con la visita a las Islas Magdalena y Marta, donde sólo descenderemos en la primera para observar al pingüino magallánico en su estado natural y en fase final de reproducción de la temporada. Las loberas de Isla Marta, las veríamos desde a bordo.

Con más de una hora y media de atraso, íbamos en camino. Mi “late check out” de una hora de yapa en el hotel, ya estaba sobregirado y me amenazaba un cargo de 25% por las horas extra… Pero qué más da…., ya íbamos rumbo a las pingüineras, que era lo más importante. Efectivamente el mar se puso movido en el trayecto y a algunos personajes el semblante se les tornó blanco como papel y terminaron modificado el aroma ambiental del barco. ¡Las bolsitas plásticas las repartieron después, no antes: un clásico! Nuestra “pichicata” con el uso preventivo de homeopatía, VertigoHeel, funcionaba bien nuevamente.
Tras un atraque de lanchón lento y al parecer algo riesgoso, finalmente ahí estábamos. Eran menos pingüinos de lo que me imaginaba, acompañados de bastantes gaviotas. Efectivamente había mucho polluelo grandote pero aún con mucha pelusa, muchos pingüinos ya habían iniciado migración anticipada, al parecer por el calor de las últimas semanas. En otra pingüinera, como la del Seno Otway, ya no quedaba ninguno. Así nos decían…
De lo lindo del paseo, es decir de los pingüinos, mis “fotos celulíticas” hablarán por sí solas. Paseo de una hora y tanto por un sendero delimitado, “chicoteados” por el guía. Informalmente, me entero que por lo picado del mar, no iremos a Isla Marta, ya que el movimiento oceánico había aumentado gracias al fuerte viento, era riesgoso, e incluso la vuelta a Punta Arenas no sería fácil. Ya pues, a la chilena “se corrió la bola” y nadie hizo un anuncio oficial a los “borregos” que componíamos el grupo. Se dio por entendido, tras las primeras olas que pasaron por arriba del lanchón. Las caras de los extranjeros de todo tipo, de terror, de diversión como si estuvieran en montaña rusa, otros se hacían los dormidos…: ¡un verdadero festival de comportamientos contenidos del ser humano, frente a una situación percibida como riesgosa!

Pasamos con bastante movimiento la parte más crítica en el mar y el capitán ya había logrado acercarse a tierra firme. Habremos estado a un km o dos y de pronto, el motor se funó. Literalmente quedamos a la deriva y el lanchón, moviéndose como un barquito de papel en el río Futaleufú. Con lo que quedaba de motor, trataban de mantenerlo mejor ubicado dentro del vaivén de olas, que habrán sido de unos 2 metros de altura. El guía nos anuncia, que el ingeniero estaba intentando arreglarlo, pero que igual venía otro lanchón a rescatarnos y remolcarnos, lo que tras una media hora efectivamente sucedió. La bajada del lanchón fue épica, escalando una rampa en dirección a un muelle artesanal con ayuda de seis marinos.

Obviamente llegamos 2 horas después del “late check out”, pero la negociación sin prepotencia funcionó esta vez y no cobraron nada.
Tras visitar al monumento al ovejero, decidimos almorzar tipo 15:15 hrs en el mercado central. Después de esa mañanita, teníamos hambre y la merluza austral con ensalada de Christi y el congrio a lo pobre mío, lo confirman. Entre el mercado y la mujer que cuidaba el jeep tras yo equivocarme y entrar por la vereda y no por el acceso oficial, conocimos de ángulos muy distintos historias humanas de fortaleza, de sobreponerse a condiciones extremas y difíciles que por sí mismas, ya hacen que el día haya valido la pena y sean ejemplos de valor para otros.
El viaje de regreso a Puerto Natales, proseguía con el objetivo de visitar algunos humedales en el camino, pero al parecer los calores también aquí hicieron su efecto. Ya sea accesos cerrados y humedales reducidos a la mitad, limitaron muy fuertemente la fauna que se podía ver. Por suerte, Puerto Natales nos recibió con una linda puesta de sol y unos pisco sour a la vena (también puede ser preparación a la peruana, muy bueno también). Hoy a la tarde se inician 3 días de navegación a Campos de Hielo Sur y la semana entrante la pasaremos casi completa en Argentina entre los sectores de El Calafate y El Chaltén, por lo cual no sé hasta cuándo tendré señal suficiente para un nuevo reporte.
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