Pilotear el Barco
Soy irreligioso, lo que es diferente a ser ateo. Ello, porque soy un convencido que tanto los creyentes de cualquier religión como los ateos poseen el mismo desafío: probar la existencia o inexistencia de una deidad superior (adorada, santa, divina, sagrada, respetada o temida por sus adeptos y seguidores, que dicta pautas de moralidad y de leyes humanas, cumple el rol de juez moral y valórico definitivo del comportamiento humano, así como diseñador y creador de la Tierra y el Universo). Soy irreligioso porque no sigo una religión determinada, como tampoco lo hago con algún partido político o cualquier otra forma de creencia moral o valórica que apele a la fe, ilusión o esperanza en forma colectiva, dogmática y organizada, refiriéndose a virtudes espirituales asociadas a cada una de ellas. Esa libertad me la resguardo.
Todo lo anterior no significa que descalifique a quienes poseen firmes creencias religiosas, por el contrario, respeto esa libertad de hacerlo y sentirlo, independiente de que lo interpreto como un producto de tradiciones culturales y hábitos psicológicos. Tampoco es antagónico con mi espiritualidad y mi convencimiento de que si existe algo que calificamos de “sobrenatural”, es decir fuera de las supuestas leyes de la naturaleza y el universo observable bajo los parámetros científicos actuales.
Toda mi introducción anterior posee relación con algo que para algunos puede parecer un contrasentido, ya que uno de los pensadores universales que más respeto es al religioso jesuita, paleontólogo y filósofo Teilhard de Chardin. Es justamente a parte de su pensamiento al cual haré alusión en esta reflexión. Las más significativas obras publicadas por Teilhard suscitan las correspondientes reservas teológicas y la revisión vaticana, que acaba con una condena general de su pensamiento en la carta de la Sagrada Congregación del Santo Oficio de 1957, coincidentemente el año que yo nací.
Aunque Teilhard contemplaba el problema del destino humano desde el punto de vista de un cristiano y un sacerdote jesuita, humildemente y con todas mis limitaciones, yo lo he tratado de seguir desde la perspectiva de un ser humano irreligioso.
Existen muchos buenos tratados resumidos del pensamiento y visión filosófica y paleontológica de Teilhard acerca de la evolución del cosmos, así como en particular de la evolución del fenómeno humano. Sería muy arrogante de mi parte referirme en detalle a esa visión. Pero quiero destacar de su pensamiento, que una parte constituyente del mundo se repliega sobre sí misma para formar una unidad organizada cuyas tensiones internas aseguran la cohesión, formando un sistema cerrado y automáticamente equilibrado. Los átomos, las moléculas, las células, los organismos multicelulares y las personalidades humanas son ejemplos de estos sistemas, pero cada uno a un nivel diferente de organización. Además postula que cuanto más complejo es el sistema, tanto más estrechamente coordinada está su organización y tanto más activos e importantes son su vida interior, sus grados y modos de consciencia.
Asimismo, que la tendencia a la convergencia cultural, que se ha puesto de manifiesto ya en la historia del ser humano, llevará inevitablemente a un enroscamiento de toda la noosfera (1), y engendrará así un sistema unitario de pensamientos y creencias lo que debido a su extremada complejidad, ese todo se encontrará en un potencial psíquico extremadamente elevado. Durante su formación se liberarán sin duda fuerzas psico-sociales explosivas; pero, una vez organizado, generará forzosamente un inmenso dinamismo para la evolución futura del ser humano. Si lo llevamos al individuo, esta evolución no se limita a vivificar, sino que además libera de muchas angustias el alma y la mente del ser humano.
(1) Noosfera: un organismo inmaterial que abarca toda la tierra y une a todos los organismos, especialmente los que son capaces de reflexión. Teilhard describe la noosfera como un organismo panterrestre en el cual, por contracción y arreglo de las partículas pensantes, un resurgimiento de la Evolución aspira a llevar la Substancia del Universo hacia las condiciones superiores de una super-reflexión planetaria.
Soy un convencido, que en un nivel consciencia que la mayoría aún no comprendemos, nuestra humanidad se encuentra en un intenso proceso de cambio (o evolución), actuando en sistemas crecientemente complejos, no sin la necesidad de superación de muchos “cuellos de botella” limitantes, acompañados de diversas tensiones. La mirada de Teilhard representa fundamentalmente un sereno optimismo, un brote de esperanza, la reconciliación consigo misma de una humanidad singularmente maltrecha en esta hora del mundo. Lo mismo vale para las personas y no sólo para la humanidad como sistema complejo global.
En definitiva y para los más pragmáticos: ¿hacia adónde va toda esta reflexión?
Lo explicaré con una analogía con la historia de la humanidad, pero también de muchos individuos como yo: en un principio había gente en la bodega de un barco, pero no sabían que estaban en un barco, no habían salido nunca de la bodega, estaban en el fondo oscuro. ¿Qué hacían ahí? Tratar de sobrevivir en esa obscuridad, creyendo que ahí eran al menos medianamente felices. Ya que ninguna persona estaba ahí en esa bodega contra su voluntad, un día alguno de ellos subió las escaleras, fue al puente y se dio cuenta que estaba en un aparato que se movía, que había grandes velas. Entonces, en ese momento, esa persona se descubrió como agente de su propia historia; antes no lo sabía y no tenía ese nivel de consciencia. En adelante sí, en adelante esa persona ya iría a la deriva pilotado por otros, como esa humanidad en la bodega.
En adelante se trata de pilotar y seguramente el propio barco, no en cualquier dirección, sino en aquella que nos haga más sentido, liberándonos de tantas pseudo-obligaciones, ataduras, supuestos entornos seguros, que no hacen más que contribuir a nuestro estancamiento en la evolución hacia una mayor felicidad. Al igual que muchos otros, me resisto a la idea de seguir siendo de aquella segunda minoría en la bodega, esa que no ha subido al puente pero está ahí, expectante, mirando tímidamente hacia el puente, pero sin subir las escaleras para pilotear de manera más decidida sus vidas y sus niveles de consciencia. Dentro de toda la complejidad universal, el subir decididamente al puente nos va a deparar nuevos y no menores desafíos, seguramente distintos a todos los antes vividos. Ahora pasa por la decisión y la velocidad.
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